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miércoles , 1 mayo , 2024

De restaurante en Berlín, interrogantes en la «nueva normalidad»

Berlín,- La capital de Alemania reabre sus restaurantes, con limitaciones de aforo y medidas de seguridad, lo que convierte en novedad lo que hasta hace un par de meses era simplemente una experiencia cotidiana, pero que ahora plantea numerosas preguntas.

Berlín se sitúa así en la vanguardia europea de las grandes ciudades que reabren sus restaurantes para el consumo en el propio local – ya es posible desde la tarde del viernes 15 de mayo- y numerosos locales organizan sus terrazas e interiores con las nuevas normas.

Con 6.428 casos confirmados de COVID-19 y 181 fallecidos por la enfermedad, la ciudad-estado muestra cifras comparativamente muy alejadas de otras capitales europeas, pero también de los datos de Baviera, al sur de Alemania (con 45.340 casos y 2.273 muertes, el «Land» más golpeado por la pandemia).

Las reservas se deben hacer preferentemente por internet, el personal de sala y en contacto con el público debe llevar mascarillas -no así el de cocina, sin esa proximidad con el cliente- no se distribuyen menús impresos y hasta la sal y la pimienta llega a la mesa en monodosis individuales.

Son algunas de las normas de las autoridades locales para permitir la reapertura de negocios que llevaban cerrados dos eternos meses y a los que se han destinado ayudas que parecen estar llegando a tiempo. Pero quizás la norma más estricta es la que establece la distancia de separación entre mesas.

TERRAZAS EN POSICIÓN DE REVISTA

Vamos a Charlottenburg, el barrio del oeste de la ciudad, de las tiendas caras, los cafés y restaurantes elegantes, el de la Kurfürstendamm, y nos damos una vuelta por las calles próximas a esta avenida: terrazas ya dispuestas en la tarde del viernes, apenas clientes pero la temperatura ambiente ronda los 15 grados.

Tras los ventanales de algunos restaurantes se ve más público, ni una mascarilla que no sea la de camareros. En la Schlüterstrasse casi solo uno de ellos tiene una animación «preCorona», su terraza tiene aspecto «normal».

Entramos en Calibocca, en la misma calle, donde nos recibe Vincenzo. Hace unos días pasamos a verle y estaba con la cinta métrica calculando las distancias entre mesas, cavilando cuántas le cabrían en la terraza y cuántas en el interior de su restaurante italiano.

«La mayor dificultad ha sido la de que al cliente no he podido darle la carta» nos cuenta este lombardo, aparejador de formación, estudiando para sommelier, desde detrás de su mascarilla. «Eso ha sido complicado porque tienes que decirle al cliente que tiene que mirarla en nuestra página web».

Si tienes un menú diario que cambia según el mercado, la cosa está complicada. Le ha perjudicado «muchísimo» lo del metro y medio entre mesa y mesa y calcula ya que en la primera noche va a recaudar un 40 por ciento menos de lo habitual en un viernes.

LA NUEVA DISTRIBUCIÓN DE LAS MESAS

La mesa que nos ha reservado está en la sala posterior de local: somos ocho en total y dos perros. Desde que llegamos la sensación es de espacio. El British Bulldog de los de la mesa de al lado también ha debido pensar lo mismo y está tumbado, tomando la temperatura del suelo con cada pata extendida hacia un punto cardinal.

La nuestra es una mesa de seis pero somos dos, podemos elegir en qué extremo nos sentamos. O hasta en el medio. ¿Tocamos el pan que nos acaban de poner en la mesa para untarlo con el aceite de oliva? Los cubiertos están envueltos en la servilleta.

Nos sirven el vino -un Primitivo IGT del Salento italiano con ese punto tendencialmente dulce tan característico- ¿tocamos después la botella cuando queremos más? Uno no puede dejar de pensar dónde pone las manos, son muchas semanas sin ir de restaurante.

Los tortellini ai funghi porcini y los tagliatelle con vieiras están para chuparse literalmente los dedos. ¿Lo hacemos? Obviamente es una tontería, el local y Vincenzo están impecables y se ve que han hecho el esfuerzo en esta reapertura para que todo funcione según las normas, pero las preguntas asedian.

Mientras tanto el simpático british bulldog de los de la mesa de al lado se ha plantado en medio de la «zona de nadie» y parece un toro de Guisando: definitivamente este querrá que le saquen cuando coman de restaurante.

Toca ir al baño. ¿Se pone uno la mascarilla que se ha traído por si acaso? Los clientes no tienen que llevarla, solo se les aconseja, normas del gobierno local. No nos la ponemos y ante la puerta del baño otra clienta espera: aquí el metro y medio no se puede respetar ni poniendo entre medias al bulldog.

Dentro, desinfectante, como tiene que ser. El local no está lleno como lo estaría en un viernes pre-Corona pero hacemos tanto ruido como si lo estuviera, así que la sensación es la misma que recordamos, solo que al salir la terraza parece un poco desangelada, el metro y medio entre las mesas es lo que tiene.

¿Volveremos? Sí, claro, da gusto volver a socializar, salir a almorzar y que las cenas en casa con series en la tele vuelvan a ser solo una de varias opciones. ¿Preguntas? Sí, todo el tiempo. E

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