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Dalla y Battisti, ochenta años de dos iconos que Italia no olvida

Roma, .- En lo más alto del gran panteón musical italiano se alzan dos «Lucios», Dalla y Battisti, autores de canciones inmortales, veneradas y aún tarareadas como auténticos himnos por un país que, ochenta años después de su nacimiento, no los olvida.
Italia celebrará con innumerables iniciativas el doble cumpleaños de sus dos cantantes más queridos, convertidos en leyenda desde sus imprevistas muertes: Dalla, el autor de «Caruso», nació el 4 de marzo de 1943 y Battisti, un día después de aquel mismo año.
Este fin de semana habrían cumplido 80 años y para la ocasión se han organizado exposiciones y conferencias y se reeditarán sus vinilos, auténticos objetos de colección para los admiradores de unos músicos adorados por generaciones enteras de italianos.
Los temas de Dalla y Battisti forman parte del genoma artístico y estético de los italianos y uno casi se siente empujado a aprender sus canciones como un Padrenuestro al poco de poner un pie en el «Bel paese».

Dos de esas letanías esculpidas en la memoria italiana son «Caruso» (1986), el tema que Dalla dedicó a los maravillosos paisajes de Sorrento y que le catapultó a la fama mundial; y «Il mio canto libero» (1972), el revolucionario himno a la libertad de Battisti.
Ambos representan las dos caras de la mejor música italiana, sobre todo en los años Setenta y los Ochenta: Dalla, un erudito formado en el jazz con cara de profesor y ademanes rebeldes, y Battisti, siempre con un aire bucólico en la mirada y pañuelo romántico al cuello.

Boloñés de nacimiento y napolitano de corazón, Dalla quedó como un ejemplo de experimentación a lo largo de una larga carrera de casi cinco décadas en la que pasó por el folclore, el «beat» o la canción de autor impregnado de temáticas sociales y tonos populares. Una de sus canciones más famosas, «Piazza Grande» (1972), presentada en el Festival de Sanremo, es fiel ejemplo de este personalísimo estilo, conjugando guitarras eléctricas, tonos folclóricos que evocan otros mundos sonoros como el propio fado o hasta rebético griego.

Este vasto universo le permitió colaborar con artistas de todo tipo, desde Mina al tenor Luciano Pavarotti, el rockero Zucchero, el pianista Ray Charles o su amigo Gianni Morandi.
Murió el 1 de marzo de 2012 por un infarto fulminante sufrido a pocos días de su 69 cumpleaños en un hotel de la ciudad suiza de Montreux, cubriendo de luto el país que tanto lo celebró. Battisti nació en una aldea a las puertas de Roma y se adentró desde muy joven en el mundo de la música, tocando primero en un grupo napolitano condenado a fracasar y después como guitarrista en otro romano que le daría cierto éxito y su primer contrato discográfico.

Pero el cúlmen de su carrera llegaría a finales de los 60 con los textos de Giulio Rapetti «Mogol», con quien hizo algunas de las canciones más hermosas que se han escrito en Italia. El cantautor, músico del alma y de los sentimientos, conquistaba el país con «La canzone del sole» (1971), con ese estribillo -«o mare nero, o mare nero»- que los italianos entonan cada vez que pueden, «Con il nastro rosa», «La collina dei ciliegi» o «Fiori rosa, fiori di pesco», todos ellos verdaderos himnos creados con Mogol.

La calidad de su música y su tono agudo llegaron incluso a oídos de Paul McCartney y a los productores de The Beatles que, según se contó entonces, quisieron lanzarlo al mercado estadounidense pero ese italiano menudo de pelo rizado rechazó la oferta.
En el mercado anglosajón, colaboró con Wilson Pickett en Sanremo con el éxito «Un’avventura» (1969) y recibió los elogios del mismísimo David Bowie o de Mick Ronson, que adaptó su canción «Io vorrei, non vorrei, ma se vuoi» (1972) y la introdujo en su disco «Slaugter on 10th Avenue» (1974).

Su muerte pilló por sorpresa a un país obsesionado con él y con su música. Fue hospitalizado el 30 de agosto de 1998 en Milán (norte) para morir diez días después, el 9 de septiembre, con 55 años, por causas aún poco claras (se cree que sufrió un cáncer de hígado). Pero, como ocurre con los genios, la muerte no sepultó del todo a Dalla y Battisti, siempre admirados por la Italia a la que cantaron.
Gonzalo Sánchez

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