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La vida en la isla de La Española en el siglo XVII

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La vida en la isla de La Española en el siglo XVII

Por Gil Carpio Guerrero

Santo Domingo. El siglo XVII (1601-1700) es el período menos conocido de nuestra historia; sin embargo, en él se produjeron acontecimientos que marcarían para siempre el destino de sus habitantes. Este siglo es nombrado por algunos historiadores como el siglo de la miseria, por la decadencia en todos los órdenes que sufrió la colonia española de Santo Domingo.

El primer y más importante de los hechos acaecidos fueron las Devastaciones de 1605 y 1606 ejecutadas por el gobernador Antonio de Osorio, que consistieron en las despoblaciones de las comunidades del Norte y el Oeste de la isla: Puerto Plata, Monte Cristi, Bayajá y La Yaguana, y toda la infraestructura institucional y las unidades productivas de la zona, dejando como limites los territorios poblados de Santiago por el Norte, y de Azua por el Sur. Este acontecimiento ahondó aun más la baja densidad poblacional que venía produciéndose en la colonia desde el siglo anterior, por causa de las epidemias de viruela y el quiebre de la industria azucarera que a su vez provocó la emigración a otros territorios del Caribe y tierra firme de muchas familias cuya principal actividad económica era la producción de azúcar, pero que no pudo seguir desarrollándose por falta de mercado, ya que la Casa de Contratación de Sevilla era quien controlaba el comercio de lo que se vendía y se compraba desde y hacia América, y los azucareros de la isla no pudieron conseguir la autorización para vender su producto a Los Países Bajos y otras naciones europeas, lo que le hubiera permitido a la colonia española de Santo Domingo desarrollarse económica y socialmente. En ´´Datos para la Historia del Azúcar en la República Dominicana´´, recogido en su libro Conferencias y Artículos, Juan Bosch dice que a la falta de un mercado más amplio para exportar el azúcar de La Española, en la decadencia de la industria del azúcar también influyó un elemento poco mencionado y citando a Pierre Chaunu quien en el Tomo VIII de su libro Sevilla y el Atlántico dice que en Granada, España se estaba produciendo azúcar y su costo de producción era menor que el de La Española, y si a eso se le suma el transporte, la diferencia de precios era muy grande, lo que hacía poco competitivo para el mercado español el dulce producido en el Caribe.

La vida en la isla de La Española en el siglo XVII
La vida en la isla de La Española en el siglo XVII

El otro hecho importantísimo en la decadencia de La Española en el siglo XVII fue que Santo Domingo dejó de ser el puerto de escala de las flotas que llegaban o se dirigían hacia España desde México y los demás puntos de América, ocupando su lugar el puerto de la Habana, con lo cual no solo la afectó desde el punto de vista económico, sino que para los habitantes de esta colonia fue un golpe moral muy fuerte. Al dejar de pasar por el puerto de Santo Domingo, las autoridades dejaban de recibir los aranceles aduanales que generaban las importaciones y exportaciones que se producían con esas actividades, pero también, que los pobladores de la isla dejaban de recibir por vías legales la mercadería procedente de Europa, como vinos, aguardiente, aceites, harina, quesos, aceituna, vinagre, ropa, calzados, libros,  utensilios y equipos para la explotación agrícola, etc.), pero a la vez, dejaban de exportar productos como azúcar, jengibre, tabaco, cacao, cuero de reses y otros rubros; además de que le quitaba dinamismo al intercambio comercial con otros territorios del Caribe, cuyos comerciantes tenían a Santo Domingo como punto de abastecimiento, donde venían a traer y buscar productos y mercadería.

La industria azucarera llegó a contar con decenas de ingenios y algunos trapiches, repartidos por toda la isla a mediados del siglo XVI. Aunque no se conocen datos de la producción de azúcar antes 1568, cuando al puerto de Sevilla, España, llegaron procedentes de La Española mil setecientos cuarenta (1,740) quintales de azúcar; el año siguiente subieron a casi doce mil (12,000) quintales, o lo que es lo mismo quinientas noventa (590) toneladas cortas, y para el 1570 subió a setecientos setenta y seis (776) toneladas. Entre los años de 1571 y 1580 no se tienen datos de exportación, probablemente por el incremento en esos años de la actividad del corso y la piratería en el Caribe y el auge del contrabando la colonia. En ese año de 1580 las exportaciones de azúcar alcanzan su pico más alto, llegando a mil ochenta y cinco (1,085) toneladas; a partir de ahí comienza el declive, y ya para los primeros años del siglo XVII solo quedaban 12 ingenios, ubicados en el Sur de la isla, entre Azua, Palmar de Ocoa, Nizao, Engombe y la capital, exportando para el año de 1606, a penas ciento veinticinco (125) toneladas de azúcar.

La producción de azúcar había empezado a ser sustituida por otros productos; por ejemplo, para el año de 1581 la colonia exportó hacia España 27,545 cueros de res y 3,334 quintales de jengibre; en 1584 las exportaciones fueron de 49,645 cueros de res y 9,508 quintales de jengibre; sin embargo, en el año de 1606 las exportaciones de esos productos fueron 25,157 cueros de res y 667 quintales de jengibre; a partir de entonces, la colonia española de Santo Domingo hace la transición a la unidad productiva básica de las estancias, en las cuales se producen rubros menores solo para subsistencia, lo que representa un retroceso en todos los órdenes, especialmente en lo económico y lo social, pues de la industria azucarera, que pudo haber introducido el sistema capitalista, pasamos a una economía de conuco y pastoreo.

Mientras la industria azucarera requería de personal especializado (para esa época el grueso del personal era esclavo), pues en el ingenio debía haber: maestros y oficiales de azúcar, torneros, carpinteros, personal con conocimiento técnico para el cultivo de la caña, manejo de los metales, etc., lo que genera valor a las labores que realizan e incentivan los conocimientos y generan riquezas que a su vez desarrollan el entorno social y político; reflejando dichas riquezas en el esplendor de las ciudades y las actividades que realizan sus habitantes, como el comercio, las artes, sus hábitos y costumbres. En cambio, cuando los pueblos producen solo para subsistir, no se preocupan por educarse, no respetan ni leyes ni costumbres y van asumiendo hábitos primitivos. Algo así se produjo en la sociedad colonial de La Española en gran parte del siglo XVII. Fuera de Santo Domingo, era muy difícil encontrar un sastre, albañil, carpintero, herrero o persona que pudiera ejercer un oficio o mucho menos que pudiera considerarse un artesano.

La oligarquía azucarera le dio paso a la oligarquía patriarcal del hato ganadero; las reses que quedaron en la banda Norte y Oeste, luego de las devastaciones, se multiplicaron en cientos de miles y dieron nacimiento a la figura del montero, que, la mayoría de las veces eran negros libertos o fugitivos esclavos cuyo trabajo consistía en cazar reses cimarronas, como era casi toda la que habitaban en  la isla, pues no existían los potreros cercados como la conocemos hoy en día, pues las tierras eran comuneras y eran muy extensas para la poca gente que vivía en la isla. Este personaje de vida rural y nómada no era bien visto por los diferentes sectores de la sociedad, pues vivía al margen de la ley; sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVII iba a jugar un papel muy importante en la defensa de la colonia española de Santo Domingo y en la definición de los rasgos de lo que se perfilaba como el dominicano.

La pobreza en que fue cayendo la colonia en el transcurso del llamado siglo de la miseria, empujaba a la gente que tenía algún medio, a abandonar la isla; no había ingresos suficientes para pagar a los funcionarios civiles y militares de la colonia, lo que obligó al gobernador a solicitar a la corona dinero prestado, que en principio era por un período de 4 años, pero que se extendió por casi 2 siglos, se trata del llamado Situado, que era dinero que venía cada año desde México y ocasionalmente de Perú; pero ese dinero era muy poco y como llegaba una vez al año (cuando llegaba, pues a veces duraba varios años sin venir), la gente vivía del fiao. Dice Antonio Sánchez Valverde en su importante obra Idea del Valor de la Isla Española que la mayor fiesta se hacía cuando entraba el Situado, repicaban las campanas de las iglesias y era causa de regocijo y gritería. Eso nos da una idea de que aquí no se estaba importando y exportando nada, pues las únicas monedas que circulaban eran las que se entraban por el Situado. Dice Juan Bosch, citando a Fray Cipriano de Utrera, que Como todos vivían del prestado, eclesiásticos, ministros, soldados y particulares a cuenta de salarios y sueldos del Situado, y las Cajas Reales de la isla debían por esa razón de adelantar socorros a unos y a otros, y lo pedían prestado a los vecinos y en este plan, todos, absolutamente todos dependían de la llegada del Situado…; esa situación era generalizada, no había comercio, sino trueque. Santo Domingo era una ciudad en ruinas, con muchas casas abandonadas porque sus dueños se fueron o ya murieron y estaban destruidas y en muchas crecían los arboles en medio. Para el año 1614 la población en tan escasa que la guarnición para la protección la colonia no pasaba de 200 hombres. Recordemos que el censo realizado por el gobernador Osorio, luego de las devastaciones, arrojó la cifra de 1,157 vecinos y 9,648 esclavos. Tomemos en cuenta que un vecino era una familia de por los menos 5 personas, por lo tanto, la cifra de habitantes en la isla debía ser de 15,000 a 16,000; la mayor parte en Santo Domingo (648 vecinos), los demás repartidos otras 9 localidades. Pero esas cifras iban a disminuir aun más, pues luego de las devastaciones muchas familias abandonaron la isla por el estado de pobreza en que caímos. Por esa razón, cuando llegaron los franceses, ingleses y holandeses a la parte Oeste, los escasos pobladores que tenía la colonia ni se enteró, y cuando se entera, tampoco pudo hacer gran cosa para expulsarlos, porque los criollos eran muy pocos.

El estado de miseria era tal, en el siglo XVII, que las misas en las iglesias de Santo Domingo se celebraban de noche o en la madrugada, para disimular las vestiduras de harapos que usaba la gente. Ese mismo estado dejaba las escasas comunidades que teníamos, en una total indefensión, a tal punto que Santiago sufrió ataques de pitaras que penetraron desde la costa de Puerto Plata en los años de 1659 y 1667; igualmente hubo incursiones de piratas por Samaná en 1673, dejando destrucción y muertes en Cutuí y San Francisco de Macorís. Con la presencia desde 1630 en la parte Oeste de los Bucaneros, cazando reses, los Filibusteros, ejerciendo la piratería y el corso, y los Habitantes haciendo cultivos de diferentes rubros, especialmente tabaco, los criollos de la colonia española de Santo Domingo empezaron a organizarse en escuadrones llamados Cincuentenas, para desalojar a los franceses de la parte Oeste, pero luego de la expulsiones, por la escases de hombres, no dejaban vigilancia y al poco tiempo volvían a ocuparlos. Esto siempre ocurrió así, desde la primera incursión de los criollos que se produjo en la isla de La Tortuga en 1654, cuando el capitán general y gobernador de la colonia Montemayor y Cuenca, con la ayuda de soldados enviados desde México, desalojó a Levasseur, hasta la última que se llevó a cabo en 1695. Estos escuadrones de criollos no pasaban de decenas de lanceros, en su mayoría negros y mulatos, a pie y a caballo, pero formados en el fragor de la montería, en ambientes hostiles, además de aguerridos, razón por la cual peleaban cuerpo a cuerpo sin temor; de ahí el resonante éxito que tuvieron el 21 de enero de 1691 en la famosa batalla de Sabana Real de La Limonada. Dicha batalla estuvo comandada por Francisco de Segura Sandoval, por la parte criolla, y por Pierre Paul Tarin de Cussy, por parte de los franceses, quienes al verse en desventaja, los que no murieron en combate, huyeron. Esta batalla ha estado muy asociada a la divinidad de la Virgen de La Altagracia, gracias a la presencia de un grupo de higüeyanos en ese combate que invocaron su protección. Desde entonces, el 21 de enero se celebra el día de la Virgen de La Altagracia y se le denominaría luego  Protectora del Pueblo Dominicano. Un elemento simbólico que sería posteriormente parte muy importante en la identidad nacional dominicana. Luego de 1695 no hubo más Cincuentenas, pues en 1697 se firmó el Tratado de de Ryswijk del cual Francia y España formaban parte, y en el que España reconocía de hecho la ocupación de la parte Oeste de la isla por parte de Francia.

El estado general de miseria había igualado a todo el mundo en la colonia española de Santo Domingo, había un mestizaje general en la población; los españoles con menos prejuicios se unían o casaban con mujeres negras o mulatas, de esta manera, en muchos casos iba desapareciendo la esclavitud; para 1680, casi el 70% de la población era mulata o negra; y aunque jurídicamente la esclavitud no había desaparecido, en la práctica los esclavos tenían libertad de movimiento, aún siguiendo al lado de sus amos. La sociedad colonial se había ruralizado. Los hateros seguían siendo las personas socialmente más importantes, pues tenían tierras y ganado, aunque no tuvieran dinero en efectivo, lo que los convertía en autoridad en sus comunidades. La exigua élite blanca de la capital tenía como marco de expresión de su abolengo en la cofradía Hermandad del Santísimo de la Catedral. Los negros y mulatos criollos se integraban en las cofradías de San Juan Bautista, San Cosme, San Damián y Los Remedios. Como la población de la colonia seguía siendo muy exigua, por las razones ya conocidas, en 1680 la corona española decidió repoblar la parte Este de la isla, buscando evitar que las ocupasen otras naciones europeas o seguir perdiendo más territorio en el Oeste con los franceses. Trajeron numerosas familias desde Canarias, y los primeros asentamientos en Bánica en 1683 y San Carlos, al Norte de la muralla de Santo Domingo en 1684; en ese mismo año llegaron a Santiago algunas familias canarias también. La repoblación siguió, pero ya entrado el siglo XVIII, como fueron los asentamientos en diferentes puntos de la frontera, Baní, Samaná, Higüey, El Seibo y otros puntos importantes del territorio.

Desde las últimas décadas del siglo XVI, tiempos en que van surgiendo ideas de cómo combatir los rescates, es decir, el contrabando en la banda Norte y Oeste, se fue planteando la posibilidad de despoblar las comunidades de esas zonas, hasta la acogida de las recomendaciones dadas a la corona en los memoriales de Baltasar López de Castro, culminando con las devastaciones, fue anidándose en el seno de la población de la isla, un sentimiento de pertenencia del territorio, pues iba reflejando el interés social del criollo; manifestándose ésta en la oposición no solo de la población, sino también de los cabildos, algunos de cuyos funcionarios fueron perseguidos y condenados a muerte por el gobernador Osorio. Aunque es bueno aclarar que esa oposición a las despoblaciones de la banda estaría más asociada al interés de conseguir bienestar, que al amor por un territorio, que a pesar del abandono de la metrópoli, seguía siendo colonia española. Las continuas incursiones de piratas y corsarios en nuestras costas, obligaba a sus habitantes a organizarse en escuadrones para la defensa de la isla llamados milicias ciudadanas, lo que iba aumentando ese sentimiento. Un buen ejemplo lo es la conocida invasión inglesa de 1655 comandada por el almirante William Penn y el general Robert Venables, quienes al frente de más de 9,000 hombres penetrando por Haina rumbo a la ciudad de Santo Domingo, pero no pudieron penetrar en ella, pues por un lado, lo fangoso y accidentado del terreno, la falta de agua y alimentos, además de la disentería, fueron mermando el ímpetu de los ingleses, quienes se enfrentaron a unos aguerridos escuadrones criollos compuestos en su mayoría por lanceros y monteros, en un número que no pasaba de 1,100, lo que hacía una proporción de 9 a 1. Tuvieron que retroceder con sus tropas muy disminuidas y embarcarse rumba a Jamaica. Otro episodio de esta naturaleza que ya hicimos mención, fue la del 21 de enero de 1691 en la famosa batalla de Sabana Real de La Limonada, pero esta vez contra los franceses que venían ocupando el Oeste de la isla. Esos enfrentamientos, si bien eran comandados por militares o funcionarios de la colonia y desde luego, que respondían a la corona española, el grueso de los que conformaban esos escuadrones eran criollos: negros y mulatos que habían nacido aquí y sus hábitos y costumbres ya eran diferentes a los españoles que habían llegado desde la península ibérica o de Canarias, por tanto, había ya en ellos un sentido de pertenencia hacia esta tierra, y ese sentimiento es uno de los elementos fundamentales de lo que más tarde conformarían la dominicanidad.

Dentro de los elementos que conforman la identidad nacional del dominicano está su gastronomía y dentro de ella tenemos el más emblemático de los platos criollos: arroz, habichuelas y carne. Este plato, rico en carbohidratos y proteínas, tuvo su origen en el llamado siglo de la miseria de la colonia española de Santo Domingo; muy probablemente por las limitadas importaciones de productos y mercancías en esa época, pues los elementos que componen ese plato se producían aquí desde el inicio de la conquista, la carne de res era abundante en toda la isla, el arroz y las habichuelas, al igual que los víveres, se producían aquí, aunque solo para subsistencia, por lo tanto, no había que importarlos.

La estampa de precariedad y escases que vivió la colonia española de Santo Domingo, se extendió a casi todo el siglo XVII, mejorando un poco para los que habitaban en Santiago, que a partir del último tercio de la centuria, empezaron a vender a los franceses que se habían asentado en la parte Oeste de la isla carne y cueros de res, reses vivas, caballos, mulos y otros productos que éstos demandaban, y que abundaban en la parte Este.

El autor de abogado

Fuentes bibliográficas:

-Juan Bosch, Composición Social Dominicana

-Juan Bosch, Conferencias y Artículos, Datos para la Historia del Azúcar en la Rep. Dom.

-Antonio Sánchez Valverde, Idea del Valor de la Isla Española

-Miguel Vicente Hernández González, Historia General del Pueblo Dominicano, Tomo II

-María Isabel Paredes Vera, Historia General del Pueblo Dominicano, Tomo II

 

 

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