Por Luis Arambilet
El autor es escritor y cineasta.
Hacía tiempo que una puesta en escena coral en la sala principal del Teatro Nacional, netamente dominicana en esencia y participación, no emitía un canto de sirenas capaz de invocar algunas líneas reflexivas en respuesta.
Emulando la mejor tradición de los musicales de la Gran Vía española, la avenida Corrientes bonaerense o el circuito distrital del Broadway neoyorquino, nos da un golpe de sorpresa Mariposas de Acero, la nueva e impactante producción de Waddys Jáquez, Pablo García, Frank Ceara, Hony Estrella y la experimentada productora musical, Yanira Ferry.
A
compañados por selectos y destacados miembros de un equipo técnico brillante; y un elenco, compuesto por veintitrés artistas que giran y tornan un pasaje dramático de nuestra historia, Mariposas de Acero, revela de manera fluida una tragedia de amor, autocracia, dictadura y sangre derramada, nada menos que imbricando ritmos urbanos, con sus rimas populares, dejos propios en claves de trap, rap, dancehall y raggamuffin, que establecen otro paso, que nos saca de balance, otro tono general que no es costumbre, otra dinámica sobre tarima.
La dirección del maestro Jáquez es impecable, un artista dominicano único, versátil, riguroso conocedor del oficio, un artífice que sabe lo que quiere, lo que demanda su idea. Tiene claros los elementos escenográficos y su interacción con la compleja iluminación que los amplifica, el cómo y por qué coreográfico, la espacialidad compositiva que requieren los artistas en escena, así como es capaz de recitar a capela todas y cada una de las piezas que se interpretan de manera virtuosa.
Las composiciones de los maestros Jáquez, García y Ceara, exquisitas, inapelables, justas en tiempo e hilvanadas entre sí con un tejido que clama de la audiencia absoluta atención, proponen revisitar una historia necesaria para que no se interponga el olvido, para evitar las repeticiones desafortunadas de un período de terror a mitad del siglo pasado; y también, dejar una lección, una antorcha, un legado humanístico que se traspasa de manera generosa a las nuevas generaciones.
Vale destacar las dotes en escena y presencias agigantadas de los talentosos Wilson Polanco (Gnómico) en su doble rol de asesino y canalla; de Nashla Bogaert desdoblada de forma exquisita en Minerva MIrabal; de Hony Estrella en su rol protector de Patria Mirabal; de una Judith Rodríguez como la vejada e indestructible Sina Cabral; de Nairobi Duarte como Tonó, nana y segunda madre; al estupendo Frank Ceara como el caprino y nefasto dictador Trujillo; a un sorprendente Alejandro Moss transformado en el Leandro Guzmán profundamente enamorado de su esposa; a una Coral González que se desdobla en una María Teresa Mirabal que todos miman y protegen; un Nico Clínico inserto en la gallardía heróica de un Manolo Tavárez Justo; a una extraordinaria Adalgisa Pantaleón que se crece desde el principio hasta el final como Dedé Mirabal, a cargo de la delicada tarea de narrar detalles íntimos poco conocidos, los requiebros y la nostalgia.
Todos, los veintitrés sobre escena, se convierten en un solo cuerpo dramático musical que no deja fuera de esta propuesta vanguardista ninguna tecla del piano que tocar y que inicia con el asesinato de Sagrario Díaz a manos de la policía reformista, creando un paralelismo histórico con la propuesta central, nada desdeñable y en extremo pertinente, pues se trata de mujeres cuya valentía trasciende el tiempo.
Mariposas de Acero, como género, requiere y demanda un espaldarazo colectivo que catapulte lo mejor de nosotros, encarnado en este musical de alto vuelo que cuenta con una cohesión ejecutiva y un elenco de lujo, y que a fin de cuentas permita a esta producción hacerse presente en toda la isla y brillar en otros escenarios de primer orden, a ultramar.
