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viernes , 3 mayo , 2024

Góptovka, la última frontera ucraniana

Góptovka (Ucrania),- En el puesto fronterizo de Góptovka entre Ucrania y Rusia prima una tensa calma, ya que podría convertirse en la primera línea de combate en caso de que el Kremlin diese la orden de ataque.

A unos doscientos metros de la aduana, una estructura metálica arqueada que cubre varios carriles, un guardia fronterizo armado con un fusil Kaláshnikov controla el paso de coches, camiones y peatones que van hacia Rusia, sin perder tampoco de vista a quienes llegan.

«No he visto nada, ni tropas, ni tanques al otro lado», responde apurado a Efe un hombre de mediana edad que acaba de pisar territorio ucraniano.

Busca con la vista un taxi, más preocupado por llegar a su destino que por el emplazamiento de más de 100.000 militares al otro lado de la frontera, una maniobra rusa que ha tensado al máximo las relaciones entre ambos países.

UNA FRONTERA EN PUGNA

Vitali vive en el pueblo de Góptovka, a pocos kilómetros del paso fronterizo que tomó su nombre.

Cuenta a Efe que hace varios años «se ganaba la vida con la venta de gasolina que traía de Rusia, donde costaba menos de la mitad que en Ucrania», junto a amigos de Kudíevka, la aldea vecina, pero todo cambió en 2014 al estallar la crisis entre Moscú y Kiev.

«Ahora muchos se han alistado en el Ejército para combatir contra los separatistas» prorrusos, añade, y explica que allí cuentan con un «salario estable y comida caliente».

Señala una caseta de ladrillos al costado de varias casas maltrechas de dos plantas, desde la cual salen varias tuberías que ya no están conectadas a ningún tanque, las ruinas de lo que alguna vez fue su pequeño negocio de estraperlo.

Para llegar a la frontera, los viajeros abordan taxis y microbuses que parten de la Estación Sur de la ciudad de Járkov y recorren unos 40 kilómetros por carretera a través de una extensa llanura de nieve que alterna con aislados pueblos y aldeas.

Luego cruzan a pie el paso fronterizo, donde les esperan del lado ruso taxis u otros vehículos, muchas veces en coordinación previa con sus colegas ucranianos, para proseguir el viaje a Bélgorod, en el sur de Rusia.

Járkov, la segunda ciudad más grande del país y un importante centro industrial, cuenta con una población mayoritariamente rusoparlante, lo cual la convierte, según alertó el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en posible objetivo militar en caso de un ataque ruso justamente a través de Góptovka.

UN GIRO DE 180 GRADOS

Hasta 2014 las fronteras entre Rusia y Ucrania eran prácticamente transparentes: para cruzarlas no se precisaba siquiera de pasaporte o visado, bastaba con los documentos de identidad internos de cada país.

Casi todos en la región tienen familiares a ambos lados de la frontera, lazos imposibles de romper pese a las actuales tensiones.

Muchos de ellos, más allá de definirse como rusos o ucranianos u optar por una de las dos lenguas, crecieron hablando una mezcla de idiomas llamada «surzhik».

«Mis padres siempre hablaron así, y sus apellidos eran ucranianos aunque vivían en Bélgorod», comenta a Efe Mijaíl Scherbak, un taxista entrado en canas.

Pero todo dio un vuelco hace ocho años con la revolución del Maidán, la anexión ilegal rusa de la península de Crimea y el apoyo del Kremlin a la sublevación armada de las milicias separatistas del Donbás.

La pandemia del coronavirus, que ahora marca récords diarios de contagios en el país y ha superado el listón de los 43.000 casos diaarios, se ha convertido en un obstáculo adicional a la hora de cruzar la frontera tras el recrudecimiento de las medidas sanitarias que tornan más engorrosos los trámites.

Algo a lo cual se suma la negativa de las autoridades ucranianas a reconocer la vacuna rusa Sputnik V, una actitud que replica Moscú, al no reconocer las vacunas utilizadas en Ucrania.

EL COSTE ECONÓMICO

Todo ello ha marcado tanto a los pueblos aledaños como a toda la región de Járkov.

Aunque parezcan largas las colas de los camiones de carga que se ven en la carretera a la espera de su turno para cruzar la frontera, son apenas un tercio de las de antes, explica Scherbak.

Un síntoma más de una contracción económica que ha significado prácticamente el colapso del sistema ferroviario de la capital regional y la quiebra de importantes industrias.

«Járkov era un importante nudo ferroviario que permitía el tránsito de mercancías de y hacia Rusia, pero ahora se ha convertido en un callejón sin salida», lamenta el fotorreportero ucraniano Serguéi Kozlov.

Lo cual a su vez hizo que el grueso de las fábricas de la ciudad, antaño uno de los principales centros industriales de Ucrania, dejasen de ser rentables y quebrasen, ya que «el 80 % de lo que producían se vendía a Rusia».

Ahora, concluye, la región está a merced de los oligarcas, que son quienes encargan y marcan las pautas informativas en esta región, mientras «el grueso de los desempleados se ha marchado al frente en el Donbás» como una alternativa para subsistir.

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