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Santo Domingo
miércoles , 1 mayo , 2024

QUE GOBIERNE CIEN AÑOS

POR JUAN TH.
SANTO DOMINGO. ¿Quién iba a decir que ese muchacho tranquilo, de carácter suave y hablar fluido, nacido en un barrio marginado, procedente de una familia que debió emigrar hacia Nueva York a y vivir allí en condiciones de pobreza, se negaría a sí mismo para lograr sus propósitos?
¿Quién iba a decir que ese hombre que visitaba las redacciones de los diarios casi temerosamente para entregar sus artículos sobre política internacional sería capaz de llegar tan lejos en aras de alcanzar todo cuanto la vida le había negado?
Predicaba el socialismo abrazado de los clásicos del marxismo como si fuera una biblia. Más que un dirigente político parecía un sacerdote o pastor evangélico predicando  la palabra del Señor.
Con su cara de “yo no fui” parecía incapaz de romper un plato.
Nadie lo vio como un adversario. Pasaba desapercibido entre los viejos militantes y dirigentes.
Su maestro lo escogió compañero de boleta porque lo creyó anodino, incapaz de hacerle sombra, como hizo con muchos otros durante su dilatada carrera política. El caudillo no tenía idea de lo que haría su pupilo para satisfacer todo cuanto la vida le había negado.
Ahora lo tiene todo en demasía.
Ahora es el dueño de todo y hasta de todos.
Nadie tiene su poder,  ni su grandeza.
No hay un ser humano en este que tenga  más de lo que él tiene.
El país lo tiene “dentro de un puño”.
Su índice marca el rumbo.
Sacerdotes, generales, abogados, jueces, fiscales, médicos, periodistas, empresarios, políticos, intelectuales, reinas de belleza, atletas, trabajadores, campesinos y amas de casas, proxenetas y prostitutas. Todos a sus pies.
Su palabra es palabra de Dios.
Hoy dice una cosa, mañana otra.
Mañana prometerá lo que prometió ayer. Es la rutina de todos los días.
Cree que éste país no es su país, aunque lo gobierne, que su país debió ser otro, preferiblemente de Europa. Por eso se va de vacaciones 15 veces al año a Europa y Estados Unidos acompañado de sus amigos y relacionados. Los gastos los cubre la casa, que pierde y se ríe.
Pronto convocará un plebiscito o un referéndum para que su pueblo  orgulloso  lo declare rey de reyes y lo autorice para que inaugure una monarquía moderna propia del siglo 21.
Su destino está escrito con letras de oro en el libro de los libros.
El es el predestinado, el único, pluscuamperfecto. El insustituible.
Debemos sentirnos agradecidos de los sacrificios que hace este dios de la política por nosotros, infelices mortales. Deberíamos sacrificar a nuestro primogénito como tributo a su majestad, para que sienta nuestro  amor y agradecimiento. Sería una manera sincera de desearle larga vida.
Y cuando muera, si es que muere, que gobierne, por cien años más, su hijo, Leonel Segundo. Y que siga la sucesión por los siglos de los siglos. ¡Amén!
¡Qué Dios me oiga y el Diablo se haga el sordo!

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