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No se puede vivir con tanto veneno

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POR JUAN TH.
SANTO DOMINGO. Las derrotas pueden hacerte grande si aprendes de ellas, si asimila tus errores, si eres capaz de bajar la cabeza y volver sobre tus pasos con humildad, si puedes reconocer el triunfo del contrario. Las victorias igualmente pueden transformarse en derrotas si la asumes con arrogancia humillando al vencido, si no puedes estrechar su mano y caminar a su lado.
Los fuertes se debilitan, los débiles se fortalecen. Es la historia. Nada es eterno. Solo el tiempo perdura. Y es mudo.
En política, como en cualquier otra actividad, no siempre se gana, no siempre se pierde. El que no quiera perder, que no juegue.
La política es el juego del poder donde se gana y se pierde, donde unos suben y otros bajan. En la democracia las minorías se subordinan a las mayorías en un juego dialectico. El que no entienda esa normativa, que se dedique a otra cosa. A empresario, por ejemplo. Y deje la política a los políticos que respetan las leyes de la política que son las que permiten la convivencia y la paz.
Los resentidos y  amargados, los que convierten el éxito de los demás en su fracaso, no pueden llegar lejos. Los francotiradores de la bonanza ajena se perciben mezquinos y desconfiados. No generan solidaridad, la compran. Por eso no dura. El dinero compra casi todas incluyendo seres humanos, pero no por mucho tiempo.
Peña Gómez, el dominicano de más méritos que ha parido este país, compró la gloria y la eternidad sin pagar un centavo. Nació pobre y murió rico sin dejar otra fortuna que no fuera su legado.
No llegó a la presidencia de la República, pero no la necesitó para convertirse en una figura histórica trascendental. A pesar de ser negro, pobre y feo, logró, a base de trabajo, talento y voluntad de hierro, traspasar las fronteras de sus limitaciones.
Tenía razones para odiar, pero no odiaba. No tenía motivos para amar, pero pocos amaron más que él. Peña Gómez no era un resentido social. Era un rebelde, un revolucionario. Como tenía que ser. Los que lo citan coyunturalmente deberían ser como él.
Hipólito Mejía, político de vieja data, ha ganado y ha perdido muchas veces. No se obsesiona con la victoria. Por eso, cuando pierde, no pierde  la paz espiritual, ni el sueño.
Durante el proceso de Convención no denunció el fraude aun cuando sabía que le harían fraude.  Pero se preparó para evitarlo en la magnitud planificada. No denunció la compra de votos teniendo todos los detalles de cómo se haría. Pero organizó su gente para que no le compraran tantos votos que implicara su derrota. Tenía en sus manos “el padrón del garrote” que se difundió en todos los centros de votaciones. Pero le advirtió de su existencia a quienes tenía que hacerlo. Hipólito se preparó para enfrentar el fraude, no para hacerlo. Sería incapaz de algo tan bajo y tan ruin. Hipólito ganó porque cometió menos errores, porque tenía un plan estratégico correcto que no se lo tragó la táctica, porque sus asesores eran buenos, porque el equipo de hombres y mujeres que lo acompañaron en el proceso  convencional trabajaron día y noche por identidad política, no por dinero. Pero si Hipólito hubiera perdido la Convención,  aun con el fraude, hace tiempo que lo habría admitido, sin resentimientos, sin odios, sin rencores. Como lo hacen los grandes de espíritu.
Pero hay gente que no se coloca a la altura del conflicto.
“No se puede vivir con tanto veneno”.  “Pesa más la rabia que el cemento”. Dice Shakira.

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