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El exterminio de la población indígena en la Isla Española (III)

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El exterminio de la población indígena de la Isla La Española II

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Por Gil Carpio Guerrero

Santo Domingo. Al momento en que se produjo el descubrimiento de América, España era la suma de dos reinos: el de Castilla y el de Aragón, cada uno conservando sus instituciones y no fue sino muchos años después en con Carlos I que vinieron a unificarse; la región más desarrollada de España era Cataluña, capital del Reino de Aragón, sin embargo, la conquista de América fue dirigida por el Reino de Castilla que era el más atrasado de ambos; de modo que Castilla nos descubrió, conquistó y organizó a su imagen y semejanza.

La nobleza guerrera castellana, por ser el apoyo militar de los reyes por mucho tiempo, gozaba de todos los privilegios, y desplazó la pequeña burguesía que producía y comercializaba la lana que era la actividad económica más importante durante toda la Baja Edad Media en la península ibérica; eso explica un poco el modo de pensar y la virulencia con que actuaban los hombres que vinieron con los conquistadores, que muy pocos eran nobles, pero que en un número muy elevado, conocían la actividad guerrera. Al llegar a esta parte del mundo y encontrar gente inofensiva, a quienes creían inferiores, porque los creían incapaces, no dudaron en someterlos y explotarlos.

El exterminio de la población indígena en la Isla Española (III)
El exterminio de la población indígena en la Isla Española (III)

Nicolás de Ovando venia de esa nobleza guerrera, hijo de una encumbrada familia extremeña con una sólida formación católica y una activa participación en la guerra de sucesión de Castilla, partidario de Isabel La Católica. Actuó en una época en que la matanza de infieles, paganos y todo aquel que no pareciera cristiano estaba bien vista a los ojos de Dios. En los siglos de las cruzadas contra los árabes, era algo normal que aquellos que no fueran cristianos fueran declarados infieles y como tales eran condenados a muerte. Aunque en la época de la conquista de los territorios americanos ya la guerra contra los moros había pasado, al llegar aquí con la farsa de evangelizar a los indigenas, cuando estos se rebelaban contra la explotación a que eran sometidos, los cristianos los declaraban infieles y los mataban o tomaban como esclavos.

Fue tanta la violencia ejercida por los conquistadores, que la propia Reina Isabel La Católica se escandalizó por el elevado número de indios que llegaban a Sevilla y eran vendidos como esclavos. Aprovechando la sublevación de Roldán y sus seguidores, con su secuela de desórdenes, indisciplina y aparente incapacidad para controlarlo, los enemigos del Almirante llevaron a la corona todo tipo de denuncias contra Colón, incluida la de los crueles tratos a los indígenas, lo que dio lugar a que fuera nombrado un nuevo gobernador de la isla.

Para el año 1503, antes de la muerte de la Reina Isabel La Católica, fue emitida una cedula real liberando de la servidumbre a los indígenas, pero la misma no tuvo efecto real sobre la suerte de los nativos, que seguían siendo literalmente masacrados y además se incrementaban las encomiendas, pues con la llegada de Ovando el año anterior, llegó también una nueva política de poblamiento y para ese entonces, ya existía una población considerable de españoles en la isla distribuida en 17 villas, y con la ceguedad de la codicia y la prisa que tenían por el oro y hacerse ricos, no veían como acababan de golpe la población indígena.

Con el sometimiento de la población nativa y el establecimiento creciente de los conquistadores a través de una administración central y su burocracia, el gobernador Ovando tuvo un dominio absoluto de la isla y a partir de 1508 se inician las expediciones para la conquista del resto del nuevo mundo. En 1509 llega el segundo Almirante y Virrey, don Diego Colón, quien no gozó de los poderes de su antecesor y vino con instrucciones de dar un mejor trato a los indios, incluso, dos años después de iniciado su gobierno, se instaló en la isla la Real Audiencia de Santo Domingo, que no era otra cosa que un tribunal de justicia que no solo juzgaba, sino que servía de contrapeso a la autoridad del gobernador; sin embargo, ese nuevo órgano no significó un cambio de actitud hacia el sufrimiento que padecían los indígenas, sino, lo contrario, pues los jueces que componían la Real Audiencia, a su llegada a la isla recibían una determinada cantidad de indios como encomienda para su beneficio, lo que quiere decir, que nunca iban a abogar por cumplir o hacer cumplir con la condición de hombres libres que le daba una cedula real firmada por la Reina Isabel La Católica antes de su muerte.

Luego de que se produjera en La Española el sisma provocado por el sermón de Montesinos el cuarto domingo de Adviento en diciembre del año 1511, como se ha dicho, se promulgaron las Leyes de Burgos, las cuales no se tradujeron en ningún beneficio para las comunidades indígenas, pero sí despertaron la conciencia de algunas personas, y de manera específica la de fray Bartolomé de Las Casas, desde 1513 se dedicó casi de manera completa a la defensa de las poblaciones originarias del nuevo mundo, enfocada en principio a la población nativa de La Española, que como todos sabemos, iba a durar muy poco, pues ya para 1519 se había reducido a los que se alzaron con Enriquillo en la Sierra de Bahoruco y algunos pocos esparcidos por el resto de la isla. Sin embargo, las luchas que libró fray Bartolomé de Las Casas se extenderían a Cumaná en las costas de Venezuela, en Centroamérica, la Península del Yucatán y Nueva España (México), donde fue designado obispo.

En 1516 fueron nombrados para un gobierno colegiado en la isla a los padres de la orden de San Jerónimo: fray Luis de Figueroa, fray Adelfonso de Santo Domingo y fray Bernardino de Manzanero; fray Bartolomé de Las Casas fue designado Protector Universal de los Indios y Asesor de los padres Jerónimo; sin embargo, fue poco lo que pudo hacer a favor de los indígenas de la isla, pues los padres Jerónimo se aliaron a la oligarquía colonial y todo siguió igual,; para ese entonces la población aborigen se había reducido a solo 11,000 seres mal vivientes.

Mientras tanto, el padre Las Casas no desmayaba en su afán de arreglar la suerte de los indios y concibió un plan de pequeñas comunidades indígenas de auto gestión, las cuales resultarían en beneficio para la corona, pero sobre todo para la población indígena no solo de La Española, sino de todas las provincias del nuevo mundo. Después de sortear muchos obstáculos en la corte, por los intereses que se movían alrededor de las indias occidentales, logró que el Cardenal Jiménez de Cisneros, regente de la monarquía desde la muerte del Rey Fernando en enero de 1515, le aprobara su plan, según el cual los indios dejaban de ser explotados, recibirían la enseñanza de la religión católica y ayudarían a aumentar la productividad de esas comunidades y se le asignaría un tributo.

El intento por fundar la primera comunidad del proyecto concebido por el padre Las Casas en La Española fracasó, primero por la presión que recibieron los padres Jerónimo de los principales beneficiarios de las encomiendas, dentro de los cuales estaba no solo el Tesorero Real, Miguel de Pasamonte, sino el poderoso obispo de Salamanca Alonso de Fonseca y López Conchillo, un encumbrado miembro de la corte; segundo, por el poco interés mostrado por los propios padres Jerónimo, razón por la cual el proyecto fracasó en el intento, pues terminó convirtiéndose en una variante de las encomiendas, pero con otros beneficiarios. Ya para 1517 el ciclo del oro se iba agotado, lo que obligó a una parte de los colonos a mudar su explotación de las minas a las plantaciones de caña para la producción de azúcar.

La producción de azúcar requería mucha mano de obra, algunas de las cuales requerían habilidades y destrezas, para lo cual se trajeron maestros de los ingenios que funcionaban en las Islas Canarias, para las demás actividades del negocio del azúcar se contaban con los indios; sin embargo, para ese entonces, la población indígena de la isla estaba ya muy reducida, incluso la de otros lugares del Caribe de donde se traían como Lucayos, ya no habían y estaba prohibido traer de las costas de Venezuela y otros lugares de tierra firme, pues se habían enviado expediciones para iniciar la conquista de esas tierras, lo que cual  da inicio a otra actividad tan repudiable como las encomiendas, el negocio de la trata de negros desde el continente africano.

Se estima que para el año 1519 solo quedaban en La Española unos 3,000 aborígenes, los cuales seguían siendo explotados de manera inmisericorde por los colonos españoles. En ese ambiente, indignado por los malos tratos que le daba su encomendero en San Juan de la Maguana, quien se había apropiado de una yegua propiedad de Enriquillo y luego trató de violar a su esposa Mencía, y ante indiferencia de las autoridades de la isla de no hacer justicia por lo sucedido, se sublevó contra su encomendero, en principio, y contra las autoridades españolas después, internándose junto a un grupo de nativos, en la Sierra de Bahoruco, dando inicio a la primera guerra de guerrilla que se conoció en el nuevo mundo.

A Enriquillo se fueron uniendo poco a poco muchos nativos de toda la isla, los cuales huían de sus encomenderos, otros atacaban a españoles que encontraban en los caminos. La comunidad que se formó alrededor de Enriquillo en la Sierra de Bahoruco era atacada frecuentemente por las autoridades españolas, pero sin éxito. En otros puntos se conocieron rebeliones de indígenas, una de ellas la encabezó un aguerrido aborigen llamado Ciguayo, quien con una cuadrilla de indios atacaba en los caminos a los españoles, pero murió en una emboscada que le tendieron; de igual forma el cacique Tamayo se convirtió en una verdadera pesadilla para los colonizadores, hasta que se unió a la guerrilla de Enriquillo en el Bahoruco. A las luchas de Enriquillo se unieron muchos negros huidos de los ingenios.

La rebelión de Enriquillo mantuvo La Española mucho tiempo en estado de agitación sin que las autoridades coloniales lograran reducir a los alzados, lo que provocó que el propio Rey Carlos I interviniera enviando un emisario con instrucciones precisas para hacer la paz con Enriquillo, lo que fue logrado luego de haberle ofrecido las garantías necesarias a los rebeldes, quienes depusieron las armas y se dispuso que no se le molestaría y cesaban las vejaciones y malos tratos, fundando para ello una comunidad de indígenas en las cercanías de Azua, pero ya era muy tarde, pues el número de nativos era muy bajo para 1533, año en que se alcanzó la paz entre los españoles y Enriquillo.

Desde 1520 la principal actividad económica de la isla fue la industria azucarera, pero su principal soporte no eran los indios, pues prácticamente no quedaban, sino los negros traídos de manera forzada de África, a los que esclavizaron y explotaron de manera intensiva hasta mediados de siglo cuando empezó la decadencia de los ingenios azucareros y fue dando paso al hato ganadero, actividad para la cual no se requiere de mano de obra intensiva, sino que con uno o dos peones bastaba para el cuidado de un hato.

Para la fecha en que se produce la paz entre españoles y Enriquillo, y cesa el sometimiento y las matanzas de indigenas en nuestra isla, más que por el resultado de los acuerdos firmados, fue porque no habían aborígenes a quien explotar, pues ya habían sido aniquilados; igual suerte corrieron los nativos de las demás isla del Caribe, algunos de los cuales desaparecieron incluso antes que los nuestros; mientras tanto, con la extensión de la conquista a tierra firme, en Nueva España (México), Yucatán, Centroamérica, Santo Fe, El Darién, Cumaná, El Perú y los territorios de Sudamérica, se estaban reproduciendo las mismas recetas que se habían implementado en La Española con las matanzas, las encomiendas, las epidemias y los crueles tratos que trajeron los conquistadores a los territorios del nuevo mundo.

En 1542 solo quedaban 200 indígenas, mientras que la cantidad de negros esclavos había subido a cerca de 30,000 almas. Los blancos españoles residentes que llegaron a ser de más de 15,000 en las dos primeras décadas del siglo XVI se habían reducido a poco más de 1,100 cristianos. Esto último se explica porque para 1520 ya había concluido en La Española el ciclo del oro y aunque la industria del azúcar de caña dio cierto respiro a la oligarquía colonial durante un tiempo, para el resto de los españoles que vinieron atraídos por la riqueza del oro, ya La Española no era atractiva y terminaron marchándose a otros lugares en tierra firme como México y El Perú, donde se habían encontrado grandes yacimientos de oro y plata.

Los pueblos originarios de La Española y las demás islas del Caribe no desaparecieron por el desplazamiento de una nueva civilización como falsamente han querido presentarlo muchos autores y activistas del conservadurismo hispanista, sino que fueron exterminados por la codicia sin reglas ni controles de ningún tipo por parte de los conquistadores, quienes apoyados en una bula papal se adueñaron de unos territorios y sus habitantes, disponiendo de todo ello hasta hacerlos desaparecer.

Si buscamos la definición de la palabra genocidio, la cual está en boga, a propósito de la masacre que comete el Estado sionista de Israel contra la población de los territorios ocupados de Palestina, encontramos lo siguiente:

La Real Academia de la Lengua Española define la palabra genocidio de la siguiente manera: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.

El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional recoge la definición de genocidio contenida en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de la ONU:

El artículo 6 del Estatuto de Roma establece que, para que un acto sea calificado como genocidio se requiere que sea perpetrado con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.

Dentro de los actos que se consideran como genocidio se encuentran:

1.- La matanza de miembros del grupo. Quiere decir que el autor haya causado la muerte a personas de un determinado grupo para destruirlo total o parcialmente. 

2.- Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo. Esta conducta incluye tortura, actos considerados inhumanos o degradantes, violaciones, violencia sexual y demás actos que acaben causando una lesión grave a la integridad de las víctimas.

3.- Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que conlleven su destrucción física, total o parcial. En estos casos, el autor de forma intencional priva a los miembros del grupo de recursos indispensables para su supervivencia, como pueden ser alimentos o medicamentos, o expulsándoles de sus hogares.

4.- Medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo. Estos actos pueden ser esterilizaciones forzadas, separación entre hombres y mujeres y abortos forzados, todo encaminado a la desaparición del grupo.

5.- Traslado por la fuerza de niños/as del grupo a otro grupo. En este caso, la conducta se aplica a menores de 18 años, los cuales se ven obligados a huir mediante amenazas, intimidación, detención y demás actos de coerción.

Al examinar cada uno de los actos que se consideran genocidio de conformidad con el Estatuto de Roma y compararlo con los actos que cometían los españoles durante la conquista y las primeras décadas de la colonización de La Española, no cabe la menor duda de que lo que se cometió aquí entre 1492 y 1520 fue un verdadero genocidio; empezando con que los conquistadores consideraban a los indígenas como seres inferiores, incapaces de razonar; como no veían los indios interés en el evangelio que pretendían predicarles, los consideraban infieles y por tanto se consideraban con el derecho de hacerles la guerra y arrebatarles la vida; con los repartimientos, separaron esposos de sus esposas, hijos de sus padres; le suministraban tan poca cantidad de alimentos que enfermaban y poco tiempo después morían; no hay forma de justificar que los actos que cometieron los conquistadores contra la población aborigen de La Española y demás islas del Caribe y que les llevaron a su extinción, no sea considerado como un genocidio.

El autor es abogado, columnista de www.elperiodico.com.do

 

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