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jueves , 18 abril , 2024

Manos con miedo y fe para enmascararse frente al coronavirus en Egipto

Ciudad al Sadat (Egipto).- Fatma Mosaad Hadad comenzó hace cinco meses a trabajar en una de las mayores plantas de producción de equipo de protección médico desechable de Egipto, un buen trabajo compatible con el de su marido para sacar adelante a la familia.

Lejos de lo que podría haber imaginado, hoy sus manos se juntan a las de decenas de compañeros formando un ejército que produce miles de mascarillas sanitarias cada día, mientras la pandemia del coronavirus azota al mundo.

«Honestamente no pensaba que sería tan duro», dice esta joven madre de dos niños de 2 y 4 años, que deja cada día con el marido cuando sale a trabajar y que cuida cuando da el relevo a su pareja.

Las alrededor de 600 personas empleadas en la fábrica de Medic en Ciudad al Sadat, zona industrial a unos 120 kilómetros al noroeste de El Cairo, trabajan cada día para hacer material médico, pero no son ajenas a las dudas e incertidumbres del resto de la población.

El coronavirus está en la mente de todos. «Uno siente miedo por los hijos, por la casa, por el país», afirma Fatma, quien admite que ese temor la acompaña en cada turno de trabajo.

Pero sabe que la tarea merece la pena, que las máscaras son útiles y que a muchos el mero hecho de llevarlas puestas les genera sensación de protección.

«Ayudamos a la gente tanto como podemos y les damos algo para que se sientan cómodos y no sientan miedo», sentencia.

UNA MÁQUINA A TODO VAPOR

La fábrica de Medic es una de las tres que hace ropa sanitaria desechable para hospitales en todo Egipto. Producen sábanas, batas y gorros de un solo uso utilizados en quirófanos e, incluso, exportan monos de aislamiento especial para personal médico a países como Italia, Reino Unido o Alemania.

Normalmente la fabricación de mascarillas representa una parte menor de su negocio, un 3 % concretamente, pero hoy en uno de los muros de la planta se puede ver una impresión de un comentario en Facebook celebrando el envío desde esta factoría de 350.000 unidades a China.

Las mascarillas fueron llevadas a principios de mes por la ministra egipcia de Salud, Hala Zayed, en un viaje a Pekín para reunirse con las autoridades chinas, a fin de conocer de primera mano la situación del COVID-19.

El director de la planta, Mohammed Soliman, muestra la imagen en la pared con orgullo, al igual que los sellos en las cajas de material médico que son enviadas al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y que también salen de esta fábrica que abrió hace treinta años.

«El Gobierno nos ha pedido que elevemos la producción de mascarillas en 50.000 y ya estamos produciendo 120.000», explica a Efe Soliman, y agrega que son para consumo nacional.

Pese a su larga experiencia, Soliman afirma que «nunca antes» vio algo como lo de ahora, «ni tan siquiera cuando el SARS», la epidemia de Síndrome Respiratorio Agudo y Grave en 2003.

Asegura que tienen capacidad para seguir produciendo durante meses, pero admite que hay problemas de importación de insumos que necesitan de diferentes países. En todo caso descarta que se puedan producir problemas de abastecimiento.

«China ya está produciendo de nuevo», dice, para recordar que ese país mueve el 80 % del mercado.

FE Y TEMOR

En la fábrica algunos dicen que todo está bien, que en Egipto son resistentes porque están acostumbrados al trabajo y que lo que pasa en otros países aquí no puede suceder. «Hace mucho calor», sostiene un joven empleado, convencido de la protección natural egipcia frente al virus.

Otros reconocen que, cuando paran para descansar y se ponen a hablar entre ellos, hay quien no puede esconder que está «aterrorizado».

Otros, como Fatma Saber Ali, creen que el asunto está en manos de dios.

«Depende de la voluntad de dios (…) En realidad cada uno tendrá lo que le depare el destino», afirma la mujer, agregando a continuación que está feliz de poder trabajar para fabricar material sanitario cada día.

Merna tiene 23 años y es de Minia, en el centro del país. Lleva trabajando cuatro años en la fábrica y estos días no puede evitar pensar en su padre, de 62 años.

«Claro que estoy preocupada y vengo a trabajar para hacer material para la gente de ahí afuera (…) Estoy preocupada, pero nada es imposible para dios», afirma.

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