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Francisco Ferreras asegura que el mundo del arte se ha convertido en un circo

Concha Tejedor.

Madrid,  (EFE).- Farreras, el pintor secreto y silencioso de la vanguardia abstracta de la segunda mitad del siglo XX, siempre en la periferia y poco amigo de declaraciones, vuelve con dos exposiciones, después de pensarse un poco más su decisión de retirarse de hace cuatro años.

«Hay una sensibilidad perversa», dice hoy en una entrevista con Efe. «La gente busca el espectáculo, y el mundo del arte se ha convertido un poco en un circo: a ver quién salta más alto, quién vende más, quién influye más. Todo es un circo al cual no quisiera pertenecer. Se ha cambiado totalmente el sentido de las cosas».

«El arte no ha muerto», advierte y precisa a continuación: «El arte sigue respirando. Lo que ha muerto es la sensibilidad de la gente».

Francisco Farreras (Barcelona, 1927), creador de un estilo reconocible por sus relieves en madera, presenta hasta el próximo día 5 de junio en las galerías madrileñas Odalys y ArtePaso una selección de sus obras de la última década, en la que el pintor inició un nuevo ciclo, en una trayectoria de 60 años.

En Odalys se pueden ver sus últimas obras de grandes dimensiones; entre ellas, la última hasta ahora, la «Nº 984A» (2012). En ArtePaso, no obstante, sorprende el equilibrio, la proporción y la monumentalidad de sus pequeños formatos.

El artista decidió a finales de 2010, después del cansancio de tres muestras simultáneas en Madrid, su larga vida creadora y 150 exposiciones en distintos países del mundo, que había llegado el momento de retirarse definitivamente.

No pensó que un año después sentiría un cosquilleo que le haría regresar a su estudio para pintar un gran relieve en madera de cuatro metros y medio de largo, «Tierra de nadie», que no tenía, ni pretendía, posibilidades de venta ni de ser expuesta. Sin embargo, un año después la obra ocupaba uno de los escaparates promocionales que acompañaban a la feria ARCO.

Ahora podemos ver esta pintura, construida con madera y cordajes que conforman un escenario hermético que habla de «desposesión», en palabras de Alfonso de la Torre, comisario de las últimas exposiciones de este artista, que ve en Farreras a un «perseguidor de utopías, pensador de formas, indagador en torno a los enigmas del espacio y el tiempo, adscrito a un arte poético del silencio».

Independiente hasta la médula, el pintor confiesa que nunca se ha sentido vinculado a nada, aunque pertenezca a la generación de la vanguardia, que en los años 50 trajo a España un arte nuevo.

«Lucio Muñoz, Mompó y yo, aunque a veces se nos incluya, no formamos parte de El Paso, aun siendo contemporáneos de este grupo y habernos movido en sintonía. No pertenecimos a ningún grupo», advierte Farreras, quien asegura que ni siquiera los años que vivió en París y Nueva York influyeron en su pintura.

Tampoco cree en la función social del arte, aunque sí en su capacidad de ahondar y elevar la sensibilidad del hombre, porque sostiene que la sensibilidad se forma, aunque la gente en este país no ha sido muy proclive a cultivar la cultura.

«Negro, absolutamente negro», dice ver el panorama actual del arte. «Se ha creado un sentimiento esperpéntico en la gente joven, que le lleva a pensar que, haciendo cualquier cosa, se puede ganar mucho dinero. Hay una plaga como nunca de pintores, de los que creen ser pintores, que están medrando, porque cómo explicar el arte abstracto, cómo saber qué es arte».

«Yo ya he conocido -ironiza- el tercer tiburón de Damien Hirst, porque se pudren (los anteriores). Y hay otros ejemplos: por ejemplo, Jeff Koons, dedicado a hacer grandes muñecos con globos y 80 personas trabajando el acero para él», señala sobre esos artistas cuya carrera en el arte ha estado marcada por el «marketing» y la especulación de los mercados.

«No me atrevería a decir categóricamente que un pintor es muy malo o muy bueno, porque un matemático puede demostrar una cosa científicamente, pero ¿en arte?», se interroga.

Y se responde Farreras que de arte no entiende casi nadie: «Si acaso, y prevenidos siempre de su falta de objetividad, los propios artistas».

«Soy muy poco teórico -valora-. Funciono más bien por intuición y soy el primer sorprendido de lo que hago. El arte plástico no se puede explicar. La música tiene unas leyes; la poesía, también; pero el arte plástico, no».

«Todo arte es misterio -reflexiona-. No tengo ni idea de lo que va a salir cuando me planteo hacer un cuadro. Entablo una especie de diálogo con esa superficie (del cuadro), que, como un sónar, me trasmite una serie de mensajes que capto. Así, la obra va saliendo. Tampoco puedo explicar de una forma lógica cuándo está acabado el cuadro, pero sé cuando está acabado: en eso no fallo».

Además, Farreras no considera que el arte contenga mensaje metafísico alguno. «¿Ustedes se cuestionan qué significa cuando se quedan extasiados viendo una puesta de sol? En música, nadie se plantea al salir de un concierto qué es lo que ha significado la intervención de un oboe u otro instrumento, sólo si le ha gustado o no», amonesta el creador. EFE

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